Mucho se ha dicho últimamente que la hora de escribir el Chile Fantástico ha llegado. Y, a decir verdad, el panorama nunca ha estado mejor. Confieso que los veinte y poco más años que tengo no me alcanzan para rastrear el momento exacto en el que nuestra literatura dejó de ser un estercolero de vacas sagradas. No sé cuando el freak llegó a sentarse junto al insoportable viejo de la boina. Pero si de algo tengo certeza, es que a los catorce años creía que estaba solo en esto. Nunca se me ocurrió pensar que lo que estaba viviendo se replicaba infinitamente a lo largo de la vertebral de Los Andes. El bote que imaginaba se abría paso en soledad. Había dos manos y dos remos. Nada más. Pero de pronto aparecen todos estos personajes. No sólo los que están publicando hoy, sino los que van a publicar mañana. De súbito te enteras que las manos y los remos estaban allí, a vista y paciencia tuya y de la niebla. Es mucho menos desalentador remar acompañado, aunque la oscuridad no te deje ver el rostro del compañero, del otro lado del largo bote. Y aún así te convences. El discurso de los freaks nos convence no sólo porque seamos freaks nosotros también, sino porque entendemos que el realismo es más que el mundo donde la noche y sus seres duermen bajo las raíces. Sabemos que la magia es más que una metáfora: la hemos visto. Y sin embargo los de siempre siguen alegando. Que no es Literatura (¿Qué diablos?), que no es "literatura seria" (¿Ah?), que no es para tomarse en serio, que es "reaccionaria", blah blah blah blah. Los anacrónicos constructivos nos sirven. Las ratas mordiendo el cableado no. Juan Manuel Vial et al, les hablo a ustedes. Les guste o no, el realismo del mainstream es frágil, parcial y fragmentario. Está saturado. Nosotros tenemos el mejor, el inagotable,y somos muchos. Muchos.
Pase y sientase cómodo, señor dinosaurio. No somos intolerantes defendiendo la libertad de expresión, pero tenemos argumentos.