martes, 29 de diciembre de 2009

RHM


Mi primera contribución a un blog de literatura fantástica.

Comencé a escribir Literatura Fantástica en las puertas de mi adolescencia, en un tiempo en el que no era muy común comenzar a escribir sobre estas cosas a tan temprana edad. Hoy a pocos le causará sorpresa escuchar de un niño que a los ocho años dibujó el primer mapa de su mundo inventado, por ejemplo. En verdad, es muy difícil que alguien se muestre verdaderamente pasmado si se entera que, cinco años después, ese mismo niño firmó contrato con una editorial y sacó adelante el primer volumen de una voluminosa saga de aventuras. Sin embargo, hace diez o quince años, encaminarse tan pronto hacia la creación de una obra de literatura fantástica era una decisión que no tardaba convertirse en aventura solitaria. Hace poco más de una década, J.K Rowling todavía escribía Harry Potter y C. Paolini aún pulía los borradores de sus libros. No estábamos tan acostumbrados a los personajes de orejas largas o dientes afilados como lo estamos hoy. En la actualidad, la Literatura Fantástica se ha vuelto algo más que una moda o un capricho de niños con imaginación hiperactiva. Es un tema de encuentro, un lenguaje común y algo que nos vuelve a todos viejos conocidos.

El resto del artículo (no es para nada largo) lo pueden encontrar aquí.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Flores de Papel



Parallel Universe by lucidreamer20

Alguien por ahí me dijo que a este blog le estaban saliendo telarañas. Para remediarlo, los dejo con los párrafos inaugurales de Schmetterlinge. Para los que quieran saber, el libro saldrá a la venta en marzo, y estará disponible (para compras dentro y fuera de Chile) en la página ElAtico.cl. ¡Saludos a todos, y nos vemos a principios del próximo año!

Al día siguiente, al despertar, la niña sintió que una semilla de dolor había germinado en el remanso más oculto de su vientre.

Era la primera vez que Martina menstruaba. Era la primera vez que un malestar en la barriga la hacía morderse los labios de esa forma. Nada en el mundo, ni la indigestión, ni la diarrea, ni las puntadas al correr, se habían regocijado tanto con su sufrimiento. Nunca, al menos, con una cadencia tan persistente. Dolía, dolía y dolía, como si se estuviera descascarando desde adentro hacia afuera. Dolía como si una uña hubiera estado aguijoneando el corazón del nervio para ver cuánto podía llegar a hacerla gritar. Y, sin embargo, lo peor de todo no era eso. Peor, incluso, que el Hallazgo mismo, era la ausencia de un nombre que hubiera podido explicarlo.

El Hallazgo. No hay mujer sobre la faz de la tierra que haya llegado a vieja sin él. Los antiguos dicen que lo llevan impreso en el Destino, y que se encuentra al final de un viaje al que los hombres no pueden acompañarlas. Es una misión secreta, a menudo empapada de vergüenza, que las hace andar más precavidas que de costumbre. Las vuelve susceptibles aún al aleteo de una despreocupada mariposa. Es el primer encuentro que una niña tiene con la mujer que será, y, de un modo u otro, siempre duele. Siempre.

martes, 1 de diciembre de 2009

Schmetterlinge, Forja 2010

Martina y el Paraguas II, by me

A 10 días de haberla entregado (10 días!!!) Schmetterlinge ha sido aceptada por el Comité Editorial de Forja. No se imaginan la alegría que siento. Publicado a la primera. El sueño de tantos... hoy es real!

Nos vemos en las librerías el próximo año!

domingo, 29 de noviembre de 2009

Mala Luz


Willabeth, by Fhrankee

Un fragmento más del turbio cuento de hadas que ha estado cocinándose en mi cabeza durante estas semanas.

Mala Luz era una joven menuda y hermosa. Su piel, blanca y lechosa como el empedrado de estrellas que coronaba el reino, olía a frutillas y a nísperos jugosos. Era una niña pequeña de talla, de miembros ágiles y mirada presta. Había mucho de un hada salvaje en sus movimientos, en su ropa ligera y en sus ojos indómitos. El semblante era áspero, como hojas de otoño crujiendo bajo el pie, pero agudo como ojo de lince. Era, a su manera, la reina de toda esa comarca. Quizás —sólo quizás— no había otra mujer que fuera absolutamente inmune a las lisonjas y fatuas pretensiones de las Luciérnagas.

Un domingo de fiesta, meses después de la desaparición de Canassin, decidió que saldría a pasear con aquel vestido de linos invernales. Como un terso eco de la última estación, era fresco y agradable para caminar en los albores de la primavera. A Mala Luz le encantaba detenerse a observar con disimulada atención el efecto que sus ropas causaban en quienes se detenían a mirarla. Si había algo que causaba placer a la niña era imaginarse a sí misma como una aparición hermosa y terrible, fascinante y horrible a la vez. Una vez, cuando niña, había oído hablar de los fuegos fatuos, aquellas almas traviesas que pululaban en las fétidas landas del otro lado de Linde, cerca del río. La leyenda decía que eran despojos errantes de humanidad, niños sin bautismo cuyo horror natal los había alejado de la piedad del paraíso, doncellas suicidas, príncipes ilusos ahogados en quimeras y viajeros incautos. A ella le gustaba imaginar que era una de aquellas tétricas emanaciones de hastío, fantasma nacido para extraviar y jamás ser extraviada. Y muchos se habían perdido por ella. El embrujo de la Mala Luz era de sobra conocido por las comadres de toda la comarca. A todo viajero se le ponía siempre a buen recaudo de sus terribles encantos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Comentario: Kalfukura, de Jorge Baradit


Los intercambios que he tenido con Jorge Baradit se resumen a un encuentro fortuito en un café de Pedro de Valdivia, dos twitteos y uno que otro post en su blog. No fui al lanzamiento de la banda sonora de Synco, ni sigo sus podcasts. Con suerte, tenemos a una persona en común, que para él es amigo y para mí profesor. Sin embargo, estando él al a un extremo generacional y yo a otro, siento una poderosa comunión con sus ideas, con lo que escribe, y con lo que quiere hacer. Una vez, recuerdo haberle leído que era hora de terminar con el sacrilegio mitológico de Icarito. Nada menos cierto. En primera instancia, Kalfukura es eso: es la Piedra Azul que rasga el velo de sopor que nos ha cerrado los ojos frente a lo fantástico durante décadas. Baradit mismo es la punta de esa lanza, abriendo paso, despertando los viejos poderes, y desterrando el pintoresco prejuicio sobre la mitología y la magia de los pueblos como un mero accesorio o pretexto para que no nos sintamos tan vacíos.

La prosa de Baradit es rica en imágenes, derrocha lenguaje con la profusión que a veces uno añora en secreto, y sirve gentilmente a una narración que se escurre como un torrente de hormigas en las venas de la tierra. La historia de Leonardo Caspana (historia que ya hemos oído tantas veces) se escurre desde Arica a la Antártica, del la punta al pie, y del pie al centro, en poco más de 170 páginas. Los proyectiles del autor son precisos en carga y propósito, aunque a veces la narración se vuelve precipitada, descuidada y confusa: el libro termina demasiado rápido. Más allá de la intención del autor, eso a veces empaña una prosa chispeante e inspiradora. Kalfukura está lleno de imágenes que se graban en la piel de la mente, y que dejan una estela de resina en la epidermis recién quemada. El Sueño del Anciano, cuyo fruto (más que residuo) es la Kalfukura, es la piedra fundacional de todos los intentos que hagamos por ejercer nuestro derecho de refundar los mitos de aquello que nos es más amado y querido. Hay tanto bueno en este libro que ir paso a paso nos tomaría 500 años, y entonces quizás de nuevo los Españoles nos tomarían por sorpresa.

Sin embargo, el libro es, a mi juicio, débil en ciertos aspectos. Creo que Baradit ha demostrado ya (con la maestría que se alaba) que es un buen discípulo de Joseph Campbell. El monomito es para él un tema recurrente, y una fuente inagotable de recursos e historias tan electrizantes y atractivas como las que ya ha publicado. Sin embargo, por efecto colateral del esqueleto que sostiene sus historias, los personajes se vuelven planos y carentes de vida propia. El arquetipo brilla demasiado sobre la mente individual, sobre la circunstancia particular, y sobre el color único de cada ser humano y cada ser mágico. Leonardo es el héroe en ascenso, Melinao el héroe caído que resurge desde el miasma de la vergüenza, y la Clarita es la presea que el mal de garras negras quiere devorar. Yo tenía expectativas más altas al respeto. En ocasiones, los diálogos hacen que la prosa se destiña, que la historia cojee, y que todos sepan para donde va la micro. Tal vez el talón de Aquiles de Kalfukura, en lo que a mí respecta, es que es absolutamente predecible. Sin embargo, tomando en cuenta lo que el libro es, algo así era esperable. Es más: creo que las virtudes del conjunto demandan que las faltas se mencionen sólo por una deuda de honestidad con el autor.

Baradit quizás debe jugar un poco más con su estructura narrativa de elección. El talento para seguir sorprendiéndonos no le falta. Prueba de esto es su asquerosa, repugnante, nauseabunda y sin embargo envidiable visión de los conquistadores. Don Diego y don Pedro son personajes literalmente entrañables en su maldad y miserable existencia intermedia. Dan pena, dan asco, y sus diatribas y griteríos fanáticos sobre el Reyno nos dejan a todos mirando con desconfianza hacia las cloacas de Santiago. La toma de la capital es lejos lo mejor del libro. Allí vemos al Baradit de imaginación delirante, con su precisión de francotirador avezado. Eso queremos seguir viendo más adelante.

Jorge Baradit, pudo ser mejor (siempre se puede) pero lo que hiciste no nos ha dejado indiferentes. Gracias por abrirnos las puertas a los que venimos. Gracias, también, por un libro entretenido, rico en efectos visuales e imágenes poderosas. Eso no nos va a dejar con un pie en el pantano del Nobel, pero a quién le importa. Como dice Francisco Ortega en la contratapa del libro, tú construyes mundos. Aquí hay otro y otros en la misma parada, así que siéntete feliz. Los días de la perversión mitológica de Icarito están contados.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La Luciérnaga


Fairy-tale Endings, by scarlet-dragonchild

Que los cuentos de hadas son cosas de niños es una idea de años pretéritos que tiene que morir ya. Para combatir esa enfermedad intelectual y vital del ser humano, los dejo con las líneas que abren mi próxima novela: un cuento de hadas de vieja escuela, turbio, oscuro, inquietante y extraño. La imagen elegida (terrible) acompaña plenamente el espíritu de esta tétrica historia de fuegos fatuos y linternas fantasmales.


Había una vez un hombre joven y de hermosa apostura que pertenecía al Gremio de las Luciérnagas. Era un artesano hábil y de renombrado talento para forjar ornamentos en hierro y metales preciosos. Tenía una mano firme y audaz, que, si bien era voluminosa y varonil, no estaba exenta de la gracia del artista; a pesar de su tamaño, era capaz de proezas extraordinarias con las herramientas de la forja y los delicados instrumentos con los que revestía de vida hasta al más tosco pedazo de hojalata. Cada una de sus creaciones era por sí misma una obra de arte, aunque una obra de arte incompleta hasta que una llama la coronaba con su luz. Ninguno de sus candelabros, lamparillas o linternas estaba vivo hasta infundirse del espíritu ajeno que viniera a llenar el sombrío habitáculo de metal que cobijaba el corazón del artefacto. Maestro como era en su arte, el vendedor de lámparas era incapaz de encender una llama a la mera orden de sus designios.

La fama de este hombre, sin embargo, trascendía lo meramente artesanal. Era, fiel a la marca de su gremio, un genio de las luces y los trucos. Sabía mentir muy bien y la mentira en si misma se le daba con la elegancia suficiente para transmitir el brillo de sus propias creaciones a la penetrante fuente de cristal de su mirada. Así, a medio camino entre la plaza, la herrería y su propio taller, el vendedor de lámparas acaparaba miradas y suspiros. Toda niña en la que el fijaba o estuviera destinado a fijar su atención, sabía (acaso, desde el misterioso instante de su concepción) que estaba condenada a errar en los enceguecedores parajes de sus encantos y promesas. En su voz había algo de mando, y, no obstante, de delicadeza. El encanto que producía cada uno de los sonidos que acompañaba a su respiración profunda y lozana era como el resplandor enceguecedor del sol, el fuego que atraía al corazón y que luego, en un abrir y cerrar de ojos, carbonizaba hasta el último resquicio de alma. Tal era el cuadro general que un viajero cualquiera habría podido oír de este hombre en una venta de los alrededores o una posada de los caminos circundantes. Donde él ponía el ojo, ahí ardía la llama. Y, una vez que el daño estaba hecho, ya no había nada más que hacer, salvo encender velas a la orilla del río, y rogar por las almas de las pobres doncellas que habían sucumbido a sus encantos.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Antepasados





Anoche terminaba de aplicar los cambios resultantes del proceso de edición y me encontré con este pequeño fragmento, que, por cierto, me gusta mucho. La fotografía es del mismo lugar al que se alude en la narración. Algunos lectores quizás lo reconozcan. La otra semana, si Dios quiere, la cita es con la primera editorial que nos abra las puertas.

El Cementerio Alemán de Osorno era el sitio más bello y más triste que Martina grabó en la memoria de su primera infancia. Era como un bosque de sauces llorones: lánguido, melancólico, afligido y sereno a la vez. Y pese a que no era antiguo en sí mismo (por el tiempo que llevaba allí), uno podía advertir un dejo de verdadera ancianidad en sus rincones. No en la tierra misma, ni dentro de los ataúdes sellados. Los huesos de los mausoleos, el yeso de las estatuas, las lozas y piedras entre los matorrales estaban forjados por una sustancia de años añejos. Allí podían oírse todavía las voces de los Primeros, de aquellos que habían venido de Lejos. Martina no era lo suficientemente grande para haber entendido la magnificencia del recuerdo de sus antepasados. Sin embargo, había en ella lo suficiente de ella misma para que se sintiera recogida ante el testimonio silente de la casi eterna sucesión de piedras y flores que pasaba frente a sus ojos. Del miedo que había sentido en algún momento sólo quedaba una rendida y respetuosa admiración.

Schmetterlinge, cap. IX "Un Jardín de Flores Añejas"

martes, 27 de octubre de 2009

Martina, por Maida




La Martina que vive en la cabeza de Maida

No sé si llamarlo el primer fan art que recibo, dado que Maida es mi amiga y además mi ilustradora de elección para Schmetterlinge. Digamos que amé el concepto, que la mariposa en la mano, los lirios y el paraguas (símbolos muy potentes en la novela) me dejaron alucinando, a pesar de que la niña que ustedes ven es muy dulce para ser la Martina que yo imagino. pero el dibujo es hermoso (Maida, quiero pintar como tú *pataleta*) y me alegró el día. Más les vale amarlo, porque esta chica interpreta perfectamente bien la estética del libro, a pesar de las diferencias menores con un autor quisquilloso como su servidor.

martes, 20 de octubre de 2009

Magdalena


The Fairy-feller's Master Stroke, by Richard Dadd

Magdalena, como Richard Dadd, pintó El Golpe Maestro del Duende Leñador encerrada entre cuatro paredes.

A este punto, cabe mencionar que la leyenda dice que Dadd se había vuelto loco y que por eso el cuadro no tiene centro. Un observador puede preguntarse si es una historia sobre Titania, Oberón, o la ninfa con un vestido amarillo. Difícilmente podrá sacar algo en limpio.

Magdalena en cambio no estaba loca: si en camino de estarlo. Al menos, así lo veía la madre. Había sido la primera en gritar los silencios contenidos de la familia. La primera en decir que padre era alcohólico, y madre un un monstruo ambivalente, que a veces tenía rostro de hombre y piernas y alas de harpía. Fue la primera en decir que su hermana se había hecho monja por el cinturón de castidad forjado por el miedo de una tía media loca, que se creía Mary of Scottland y rezaba el padre nuestro con los jesuitas. Magdalena fue la primera en revelar que bajo la alfombra de su casa había sangre, y por eso la encerraron en su cuarto durante casi un año. Entonces, el alma atormentada de Richard Dadd se hizo uno con su soledad, y juntos pintaron una copia espléndida del cuadro que ella nunca había visto y que a él le costó nueve años concebir.

A Magdalena, pintarlo le tomó poco más de nueve meses.

Fue el primer noviazgo que tuvo, antes de encontrarse con el hombre de las manos rotas, a quien amó hasta el último día de sus vidas.


domingo, 18 de octubre de 2009

Martina II



Mon Feu, by fezkuro

Hoy, un fragmento del manuscrito "final" de Schmetterlinge. Las comillas van porque no sé qué iran a decir los editores. Después de la FILSA, a tocar puertas y a jugársela por publicar!

Martina era la segunda de tres hermanos. Estaba justo a medio camino entre Nicolás, que tenía seis, y Sabrina, la mayor, que tenía dieciocho. Era una muchacha lánguida, delgada y estirada como un bejuco verde, y era pelirroja. Para ser más precisos, tenía el cabello color carmín oscuro, no tan oscuro para haberlo llamado cobrizo, pero intenso como un amanecer en el planeta Mercurio. Y tenía pecas. Al menos unas cincuenta en cada mejilla. La mancha se desparramaba hasta los extremos de los pómulos, añadiendo algo más de color a su rostro de lirio acuático. La expresión de sus ojos y su boca, sin embargo, añadía una gama superior de fuerza al conjunto. En la constelación de ambos se conjugaba permanentemente una marca de porfía que desafiaba incansablemente la dirección en que giraban los engranajes del mundo conocido. En suma, era la más pintoresca en una familia de personajes ya de por sí bastante memorables. Aunque no, en todo caso, por su temperamento inestable, o su marcada tendencia al silencio. Martina era especial porque quería ser escritora.

Schmetterlinge,
cap I "Flores de Papel"

miércoles, 14 de octubre de 2009

Unheimlich



Freckles, by NomiArt (deviantart)

Dos mañanas atras, bajaba las escaleras camino al andén del metro, cuando me encontré con Martina en persona. Lo que suena a inicio de cuento rupturista no es otra cosa que una de las experiencias más raras que he tenido en el último tiempo. La diferencia está en que esto pasó. Y no, no soy un personaje salido de la mente de Poe como para habérmelo imaginado todo. Eso creo.

Con ustedes, der unheimlich en el metro de Santiago de Chile.

***

Inicialmente, iba a subir la entrada prometida que le tenía a Elisa. Sin embargo, el encuentro con uno de mis personajes (bueno, con una niña que es la viva imagen de uno de ellos) no me ha dejado tranquilo. Era preciso escribirlo. Además (como no podía ser de otro modo), todo ocurrió después de leer a Freud para el curso de Fantasy & The Fantastic dictado por la genial Susana Bunster. Oportunidades como estas no saben de compromisos previos.

No quiero dar la lata con el padre del psicoanálisis 1) porque es una lata encontrarse con Freud en un blog, y 2) porque la vena de profesor tiende a salirseme, y es fácil que termine dando cátedra al respecto. Sin embargo, hace falta una palabra previa (muy breve, por suerte) para entender el efecto adicional del encuentro que he insinuado unas líneas más arriba.:

Freud dice que el sentimiento de lo extraño (alem. der unheimlich) es un miedo muy particular por cosas que se nos presentan como sospechosamente familiares. El autor cita las coincidencias como uno de sus ejemplos más recurrentes. Eso es todo lo que se necesita saber sobre el tema.

La Martina que me encontré no sólo correspondía a la descripción que aparece en el libro, sino que además viene a aparecer después de mi lectura del texto de Freud sobre lo extraño. Freud escribía en alemán, y Martina es descendiente de inmigrantes alemanes. Más extraño todavía es que justo ese fin de semana, haya llegado a la conclusión que Schmetterlinge es extrañamente amigable a una lectura desde lo extraño. Tanta extrañeza está sonando extrañamente redundante.

Locura-neurosis post-parto-de-libro/pre-control de lectura, simple "coincidencia", transgresión de realidades? O qué!

Juzgue usted.

viernes, 2 de octubre de 2009

Copyrighted



Ya es un hecho: Schmetterlinge dejó de ser un mero manuscrito. Ahora es una novela registrada, con todas sus letras y derechos. Fue un día decisivo para la historia del libro. Me aventuré por calles desconocidas, inseguras y ruinosas, buscando la oficina de registro como quien busca la entrada a un reino secreto. Anduve por rincones hostiles, por ese Santiago sucio, donde el esmog pesa y los ojos que te miran de vuelta no son muy amistosos. Y sin embargo no tuve miedo. Tenía un mapa (literalmente), y, lo más importante, un Destino. Hoy vuelvo a convencerme que no se necesita nada más.

Y bueno, el manuscrito sigue lleno de pifias. Ahora la cuestión se resume a si vuelvo a leerlo y revisarlo (esta sería la tercera vez) o si sencillamente dejo que los editores hagan su trabajo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Noticias



Alejandra (Izquierda), Martina (Derecha). Imagen by me.

El viernes, iniciamos los trámites para que Schmetterlinge, la historia y todos sus personajes se conviertan en una marca registrada. De verdad no me dí cuenta como fue que llegué a esto, pero estoy muy contento. ¿Cuánto falta para publicar? ¿Meses, años? El corazón no da cifras, pero dice algo: pronto. Atentos a las noticias.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Hoja



Hoja que caes en otoño,
Ven a dar aquí, a mi mano.
NO SEA
Que tus párpados se cierren,
Y yo no esté ahí para guardarlos,
Ni para sepáralos,
Cuando sea primavera
Y el viento sople desde Tracia.

Hoja que caes en otoño,
Cuéntame que vidas enhebraste.
Dime por qué
El viento quiere llevarte lejos.
NO SEA
Que yo quiera tomarte entre mis manos
Y llevarte allá yo misma,
A la siga de una sombrilla errante,
La tarde que salgamos a buscar
NUESTRO DESTINO.

Martina K. Abril de 1998.

viernes, 14 de agosto de 2009

Ladrón

Otro fragmento de la novela de fantasía. Acaba de salir del horno. Absultamente inesperado.

Uno debería prestar más atención a los consejos que recibe, sobre todo si son gratuitos. El orgullo es un mal compañero de viaje. Causa más problemas de los que resuelve. Lo suyo es un talento para hacer que los diques sean más profundos e infranqueables. Hay que pensarlo dos veces antes de invitarlo a dar un paseo.

En ese caso, Alanor era afortunado. No era orgulloso (aunque sí muy obstinado, y de ideas fijas), ni estaba en su vena serlo muy a menudo. Y sin embargo se había metido en un tremendo lío. Estaba perdido en medio de un paso en las montañas, muerto de frío y con pocas provisiones, sospechando que la muerte lo encontraría antes de que dejara de culparse por no haber escuchado a su padre y haberse echado un mapa en la mochila.

Hasta el medio día del día de ayer, la medida le había parecido sensata y se había felicitado enormemente por ella. Después de todo —ese era su razonamiento—, no había un mejor mapa que el camino mismo. Saber precisamente a dónde ir, a dónde doblar y (lo más importante) hacia donde no ir, le quitaba todo el chiste al asunto aquel de marcharse de casa a viajar por el mundo. De hecho, Alanor no podía explicarse qué habían podido ver sus antepasados en una ruta que otros, más antiguos, habían trazado para ellos. Él quería ser el primero en una larga sucesión de abuelos, tíos, primos y hermanos mayores demases, en hacerse al mundo por sus propios medios y por dónde se le diese.

En ese sentido, el incidente del ladronzuelo kobold jugó un rol inestimable en el cumplimiento de sus más fervientes deseos. Todo había comenzado cuando se sentó a un lado del sendero para engullir su frugal ración del medio día.

Había entrado en las tierras altas que se adentraban en la sierra. Quizás, de haber encontrado una calzada que ascendiese hasta los picos más elevados, habría podido pararse en un sitial sobre las nubes y haber observado las diminutas casitas de Melnor, y también el mar. De hecho, antes de desenvolver aquel suculento pan de queso con jamón —un bocadillo infaltable en el repertorio del viajero feliz diseñado por su madre—, había recordado que estaba en territorio de los Enanos. Era probable que eso que se veía como una grieta en la cornisa fuese en realidad una avenida ascendente que lo llevaría hasta los promontorios. Sin embargo, miró con cara de pocos amigos los destellos blancos que moraban en las alturas. Acto seguido, sintió la repentina necesidad de estornudar, aún cuando no estaba enfermo.

El ataque de estornudos lo tuvo ocupado un buen rato. A estas alturas, resulta importante clarificar que Alanor era alérgico, o que al menos estaba absolutamente convencido de serlo. Como quiera que fuese, aquella baja de guardia le bastó a aquella artera criatura para reptar entre las grietas, alcanzar la superficie de un salto y estirar la mano. Cuando el joven viajero dejó de sacudirse y volvió a recordar su ración de comida, una criatura a medio camino entre un hurón y un goblin estaba parada sobre una roca, riéndose de él. El kobold, cuyo gorro de lana con orejeras era el rasgo más sobresaliente de su precaria vestimenta, se había echado el sayo de su pobre víctima al hombro. Con comida y todo, desde luego.

—¡Vuelve acá!—exclamó Alanor, desenvainando una mellada espada de factura no muy noble, pero sí bastante amedrentadora.

Como era de esperar, el kobold no entendía ni había entendido jamás el lenguaje de los humanos. En términos prácticos, esto significó que la criatura escaló hacia las cornisas tan pronto vio que su ojo de ámbar estaba reflejado en la pálida hoja a la luz del sol.

viernes, 7 de agosto de 2009

Utopías



Imagen by Iribel (deviantart)

Esa tarde no bajó a comer. Tampoco tocó si quiera el plato que la Juanita le dejó en su cómoda con medio vasito de bebida. Se hizo la dormida cuando su madre entró para ver como estaba. Tampoco bajó a tomar once, ni a ver tele ni a cenar. Si su vida tenía tan poca importancia para el resto de sus familiares, entonces quizás se la arreglarían sin ella después de todo. Nunca más volvería a salir de su habitación, ni si quiera para comer o ir al colegio. Aquel espacio era lo único que le bastaba para iniciar una nueva sociedad donde a los héroes y heroínas se los tratase con el respeto que mereciesen. Ella sería una reina benevolente que premiaría el esfuerzo y castigaría el fracaso. Nunca enviaría a la cama a un subordinado cuyo cometido hubiese sido llevado a cabo con éxito. No admitiría ni adultos ni hermanas mayores.

Durante el día siguiente siguió fiel a su promesa. No desayunó ni tampoco apareció en el comedor a la hora de la merienda. Cuando Magdalena subió a ver en qué estaba, le cerró la puerta en las narices y, para colmo de males, pasó pestillo y bloqueó la entrada con su caja de muñecas.

Su utopía funcionó perfectamente hasta que sintió los irrefrenables deseos de ir al baño.

Schmetterlinge, cap. VI "La Niña en la Encrucijada", p.42

domingo, 2 de agosto de 2009

El Destino




Imagen by pediophobia (deviantart)

...A ella nadie la recordaría por cerrar el alhajero que se llevaba a la tumba un fragmento de su propia unidad. El Hallazgo estaba condenado a morir en un secreto. Era el secreto de toda mujer.

Era el Destino.

Quizás. Tal vez. Acaso, algún día volvería por él, pensó. Sí, tal vez así sería. Al final, como decía el mito, quedaba la esperanza. Dormida y abrigada en un remanso perdido en la solitaria vastedad de un campo en medio de mayo, esperaría y echaría raíces. El día que ella volviese se transformaría en un cedro, o en un árbol sagrado bajo cuya enseña ella edificaría su reino.

Schmetterlinge, cap. IX, "Dolores de Parto", p.56


miércoles, 29 de julio de 2009

Freakshow




Mucho se ha dicho últimamente que la hora de escribir el Chile Fantástico ha llegado. Y, a decir verdad, el panorama nunca ha estado mejor. Confieso que los veinte y poco más años que tengo no me alcanzan para rastrear el momento exacto en el que nuestra literatura dejó de ser un estercolero de vacas sagradas. No sé cuando el freak llegó a sentarse junto al insoportable viejo de la boina. Pero si de algo tengo certeza, es que a los catorce años creía que estaba solo en esto. Nunca se me ocurrió pensar que lo que estaba viviendo se replicaba infinitamente a lo largo de la vertebral de Los Andes. El bote que imaginaba se abría paso en soledad. Había dos manos y dos remos. Nada más. Pero de pronto aparecen todos estos personajes. No sólo los que están publicando hoy, sino los que van a publicar mañana. De súbito te enteras que las manos y los remos estaban allí, a vista y paciencia tuya y de la niebla. Es mucho menos desalentador remar acompañado, aunque la oscuridad no te deje ver el rostro del compañero, del otro lado del largo bote. Y aún así te convences. El discurso de los freaks nos convence no sólo porque seamos freaks nosotros también, sino porque entendemos que el realismo es más que el mundo donde la noche y sus seres duermen bajo las raíces. Sabemos que la magia es más que una metáfora: la hemos visto. Y sin embargo los de siempre siguen alegando. Que no es Literatura (¿Qué diablos?), que no es "literatura seria" (¿Ah?), que no es para tomarse en serio, que es "reaccionaria", blah blah blah blah. Los anacrónicos constructivos nos sirven. Las ratas mordiendo el cableado no. Juan Manuel Vial et al, les hablo a ustedes. Les guste o no, el realismo del mainstream es frágil, parcial y fragmentario. Está saturado. Nosotros tenemos el mejor, el inagotable,y somos muchos. Muchos.

Pase y sientase cómodo, señor dinosaurio. No somos intolerantes defendiendo la libertad de expresión, pero tenemos argumentos.

miércoles, 22 de julio de 2009

Comparaciones



Imagen by for-w-art (deviantart)

A los seres humanos nos encanta compararnos. En algún momento de nuestras vidas, todos queremos ser como algún personaje, un actor o una personalidad. No sé si es algo intrínsico de la naturaleza humana, o si definitivamente la disconformidad es aprendida. Nuestras influencias nos dominan. Nos perdemos en los pliegues de a capa de nuestros ídolos. No falta la que quiere ser la Stephanie Meyer de Talca, el Tolkien de Chimbarongo o el Borges chilote. Nos cuesta un mundo ser los nosotros mismos de donde somos. ¿Para qué estar a la sombra de otros si puedes echar la tuya propia, por modesta que sea?

Yo le tengo un gran aprecio a todos los escritores y escritoras que admiro. Me encanta demostrarles mi afecto con sutiles postales intertextuales. De pronto, escribo un párrafo donde Poe pasa caminando por la calle como un vendedor de paraguas. El sobrenombre de la mejor amiga de Martina es el título del sucesor de Out of the Silent Planet de Lewis. No se trata de alardear de cuando he leído, o de mandar al lector a la enciclopedia. La idea es sólo pagar con un granito de arena (un cameo, un nimio reconocimiento) los gratos momentos, y la experiencia adquirida. Si mi lector no se da por enterado del guiño, el libro se entiende de todos modos. Sólo es un poco de cariño. No vivo por convertirme en el clon de alguno de ellos.

Hace un rato, leí en el blog de Francisco Ortega que un joveuna simpe somn escritor quiere ser el C.S Lewis Chileno. ¿Por qué no es él nomás, y punto? ¿Es una cosa de madurez, del complejo de inferioridad del que sufrimos los chilenos? ¿Se trata de justificar el derecho inalienable de escribir fantasía anteponiendo el nombre de una autoridad?

Si sueno amargado es porque de verdad estas cosas me amargan. Pero menos mal que es temporal. Felizmente, valemos más que una simple sombra.

domingo, 19 de julio de 2009

Martina


Imagen by Morfiquara (deviantart)

La tarde del día en que el destino sorprendió a Martina fue también una tarde de otoño. El cielo, pálido, volcaba sus párpados soñolientos sobre los tejados de lata de las casas que flanqueaban la calle Santiago Rosas. Ella caminaba, abstraída, pensando en aquella hoja, pesada y soberana, que había visto caer desde la copa más remota del castaño del patio del Colegio Todos los Santos. Caía en círculos, como la historia de un pueblo maldito que marcha hacia su inexorable fracaso. Y sin embargo, había una gracia gentil, una cadencia suprema en cada uno de los espirales invisibles que marcaba a su paso. El viento de las diez de la mañana a veces la tomaba para sí y la apartaba de su curso, pero finalmente la voluntad de su propia inercia —o un soplo vigoroso—, la ponía nuevamente en su dirección inicial. Allí, al centro del charco bajo la estatua del Patio de la Virgen, cayó la hoja seca y resquebrajada, mientras ella recordaba el lirio rojo y sus compañeras le preguntaban qué le pasaba. Para ellas no había respuesta, aunque sí para su intimidad. “Hoja que caes en otoño”, escribió en su cuaderno de sobra (siempre había uno) y de este modo el pacto quedó firmado. Había escrito su primer verso y con ello sellado uno de sus tantos destinos.