lunes, 23 de noviembre de 2009

La Luciérnaga


Fairy-tale Endings, by scarlet-dragonchild

Que los cuentos de hadas son cosas de niños es una idea de años pretéritos que tiene que morir ya. Para combatir esa enfermedad intelectual y vital del ser humano, los dejo con las líneas que abren mi próxima novela: un cuento de hadas de vieja escuela, turbio, oscuro, inquietante y extraño. La imagen elegida (terrible) acompaña plenamente el espíritu de esta tétrica historia de fuegos fatuos y linternas fantasmales.


Había una vez un hombre joven y de hermosa apostura que pertenecía al Gremio de las Luciérnagas. Era un artesano hábil y de renombrado talento para forjar ornamentos en hierro y metales preciosos. Tenía una mano firme y audaz, que, si bien era voluminosa y varonil, no estaba exenta de la gracia del artista; a pesar de su tamaño, era capaz de proezas extraordinarias con las herramientas de la forja y los delicados instrumentos con los que revestía de vida hasta al más tosco pedazo de hojalata. Cada una de sus creaciones era por sí misma una obra de arte, aunque una obra de arte incompleta hasta que una llama la coronaba con su luz. Ninguno de sus candelabros, lamparillas o linternas estaba vivo hasta infundirse del espíritu ajeno que viniera a llenar el sombrío habitáculo de metal que cobijaba el corazón del artefacto. Maestro como era en su arte, el vendedor de lámparas era incapaz de encender una llama a la mera orden de sus designios.

La fama de este hombre, sin embargo, trascendía lo meramente artesanal. Era, fiel a la marca de su gremio, un genio de las luces y los trucos. Sabía mentir muy bien y la mentira en si misma se le daba con la elegancia suficiente para transmitir el brillo de sus propias creaciones a la penetrante fuente de cristal de su mirada. Así, a medio camino entre la plaza, la herrería y su propio taller, el vendedor de lámparas acaparaba miradas y suspiros. Toda niña en la que el fijaba o estuviera destinado a fijar su atención, sabía (acaso, desde el misterioso instante de su concepción) que estaba condenada a errar en los enceguecedores parajes de sus encantos y promesas. En su voz había algo de mando, y, no obstante, de delicadeza. El encanto que producía cada uno de los sonidos que acompañaba a su respiración profunda y lozana era como el resplandor enceguecedor del sol, el fuego que atraía al corazón y que luego, en un abrir y cerrar de ojos, carbonizaba hasta el último resquicio de alma. Tal era el cuadro general que un viajero cualquiera habría podido oír de este hombre en una venta de los alrededores o una posada de los caminos circundantes. Donde él ponía el ojo, ahí ardía la llama. Y, una vez que el daño estaba hecho, ya no había nada más que hacer, salvo encender velas a la orilla del río, y rogar por las almas de las pobres doncellas que habían sucumbido a sus encantos.

3 comentarios:

El profesor dijo...

Este mundo es apasionante, que bueno que estás escribiendo largamente en esta área, leeré a fondo todo, luego.

Esta interesante, y bien escrito, me gusta, aunque yo soy un amateur en esto, me gusta también escribir, estoy desarrollando mi historia aquí: http://reinamirthas.blogspot.com/
a ver si puedes leerla y comentarme. gracias.

Javier Maldonado Quiroga dijo...

Hola Emilio! Ya sabes mi opinión sobre el texto, así que me ahorraré esa parte, XD.

Ya subí la primera entrada al blog. Todavía no estoy totalmente convencido del diseño, pero eso lo veré de a poco. Lo bueno es que ya está hecho. Esperaré tu visita, ;P

Estamos bloggeando

Anónimo dijo...

Esta buenisimo ¿No es la segunda parte de Schmetterlinge, no? ¿Sino la otra historia de fantasia que surgio de pronto y te avasalllo, verdad?