Los intercambios que he tenido con Jorge Baradit se resumen a un encuentro fortuito en un café de Pedro de Valdivia, dos twitteos y uno que otro post en su blog. No fui al lanzamiento de la banda sonora de Synco, ni sigo sus podcasts. Con suerte, tenemos a una persona en común, que para él es amigo y para mí profesor. Sin embargo, estando él al a un extremo generacional y yo a otro, siento una poderosa comunión con sus ideas, con lo que escribe, y con lo que quiere hacer. Una vez, recuerdo haberle leído que era hora de terminar con el sacrilegio mitológico de Icarito. Nada menos cierto. En primera instancia, Kalfukura es eso: es la Piedra Azul que rasga el velo de sopor que nos ha cerrado los ojos frente a lo fantástico durante décadas. Baradit mismo es la punta de esa lanza, abriendo paso, despertando los viejos poderes, y desterrando el pintoresco prejuicio sobre la mitología y la magia de los pueblos como un mero accesorio o pretexto para que no nos sintamos tan vacíos.
La prosa de Baradit es rica en imágenes, derrocha lenguaje con la profusión que a veces uno añora en secreto, y sirve gentilmente a una narración que se escurre como un torrente de hormigas en las venas de la tierra. La historia de Leonardo Caspana (historia que ya hemos oído tantas veces) se escurre desde Arica a la Antártica, del la punta al pie, y del pie al centro, en poco más de 170 páginas. Los proyectiles del autor son precisos en carga y propósito, aunque a veces la narración se vuelve precipitada, descuidada y confusa: el libro termina demasiado rápido. Más allá de la intención del autor, eso a veces empaña una prosa chispeante e inspiradora. Kalfukura está lleno de imágenes que se graban en la piel de la mente, y que dejan una estela de resina en la epidermis recién quemada. El Sueño del Anciano, cuyo fruto (más que residuo) es la Kalfukura, es la piedra fundacional de todos los intentos que hagamos por ejercer nuestro derecho de refundar los mitos de aquello que nos es más amado y querido. Hay tanto bueno en este libro que ir paso a paso nos tomaría 500 años, y entonces quizás de nuevo los Españoles nos tomarían por sorpresa.
Sin embargo, el libro es, a mi juicio, débil en ciertos aspectos. Creo que Baradit ha demostrado ya (con la maestría que se alaba) que es un buen discípulo de Joseph Campbell. El monomito es para él un tema recurrente, y una fuente inagotable de recursos e historias tan electrizantes y atractivas como las que ya ha publicado. Sin embargo, por efecto colateral del esqueleto que sostiene sus historias, los personajes se vuelven planos y carentes de vida propia. El arquetipo brilla demasiado sobre la mente individual, sobre la circunstancia particular, y sobre el color único de cada ser humano y cada ser mágico. Leonardo es el héroe en ascenso, Melinao el héroe caído que resurge desde el miasma de la vergüenza, y la Clarita es la presea que el mal de garras negras quiere devorar. Yo tenía expectativas más altas al respeto. En ocasiones, los diálogos hacen que la prosa se destiña, que la historia cojee, y que todos sepan para donde va la micro. Tal vez el talón de Aquiles de Kalfukura, en lo que a mí respecta, es que es absolutamente predecible. Sin embargo, tomando en cuenta lo que el libro es, algo así era esperable. Es más: creo que las virtudes del conjunto demandan que las faltas se mencionen sólo por una deuda de honestidad con el autor.
Baradit quizás debe jugar un poco más con su estructura narrativa de elección. El talento para seguir sorprendiéndonos no le falta. Prueba de esto es su asquerosa, repugnante, nauseabunda y sin embargo envidiable visión de los conquistadores. Don Diego y don Pedro son personajes literalmente entrañables en su maldad y miserable existencia intermedia. Dan pena, dan asco, y sus diatribas y griteríos fanáticos sobre el Reyno nos dejan a todos mirando con desconfianza hacia las cloacas de Santiago. La toma de la capital es lejos lo mejor del libro. Allí vemos al Baradit de imaginación delirante, con su precisión de francotirador avezado. Eso queremos seguir viendo más adelante.
Jorge Baradit, pudo ser mejor (siempre se puede) pero lo que hiciste no nos ha dejado indiferentes. Gracias por abrirnos las puertas a los que venimos. Gracias, también, por un libro entretenido, rico en efectos visuales e imágenes poderosas. Eso no nos va a dejar con un pie en el pantano del Nobel, pero a quién le importa. Como dice Francisco Ortega en la contratapa del libro, tú construyes mundos. Aquí hay otro y otros en la misma parada, así que siéntete feliz. Los días de la perversión mitológica de Icarito están contados.